Cuando miro atrás, descubro que todo lo que más me ha hecho crecer ha requerido una espera profunda. Una espera larga, hermosa y dura a la vez. Llena de trabajo en algunos momentos, y en otros simplemente de pausa y observación. Una espera habitada por la luz y el miedo, por la contención, la resignación, la euforia y la ilusión.

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El tiempo se dilata y se contrae según la emoción, y es la tinta que se desliza sobre el lienzo la que encuentra su lugar dentro de la geometría que cada uno lleva por dentro. El tiempo avanza de forma indomable, y solo el propio yo puede sostener la manera en que lo interpreta.

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En estas obras aparecen movimientos libres y cálidos, herederos de los inicios de la serie trabajados con café, donde la pieza cobra vida, se separa de la artista y regresa a su propia naturaleza, permitiendo un final incierto —como ocurre con tantas cosas en la vida—.

Esta serie busca revelar la fuerza y la delicadeza que conviven en toda espera que conduce hacia un resultado de luz.